Rafael Correa, recetario para un desastre
Carlos Alberto Montaner
Rafael Correa, el presidente de Ecuador, acaba de publicar un libro.
Lo llamó Ecuador: de Banana Republic a la No República. Supone que el
país, bajo su mando, dejó de ser una república bananera, gobernada
arbitrariamente en beneficio de una oligarquía deshonesta y del
capital extranjero, para convertirse en otra cosa que no es, tampoco,
una república tradicional con su separación y equilibrio de poderes,
su constitución neutral y sus instituciones abiertas que propician los
cambios suavemente al amparo tranquilo del Estado de Derecho.
En la solapa del libro Correa aporta sus notables credenciales
académicas y declara su filiación ideológica. Dice ser un seguidor de
la doctrina social de la Iglesia y de la hoy muy desacreditada
teología de la liberación. Pero es en el texto, compuesto por
artículos previamente publicados, donde encontramos las claves de su
visión de los problemas de Ecuador. Es ahí donde comparece una
abultada lista de malos a los que fustiga junto a los buenos a los que
cita elogiosamente.
La lista de los villanos es muy extensa: prácticamente todos los
presidentes que lo precedieron en el poder, los organismos
internacionales de crédito, "la nefasta burocracia internacional y sus
corifeos´´, el mercado y "la mano invisible´´ que lo guía, el Consenso
de Washington, la independencia del Banco Central, la dolarización del
país, el comercio libre internacional (el ALCA), la privatización, lo
que llama "la larga y triste noche neoliberal´´, las concesiones de
los servicios a la empresa privada y la "tercerización´´ o
contratación a terceros para evitar cargas fiscales o presiones
sindicales. En la página 64 manifiesta una intención que me parece
encomiable: "Liberar al Estado de los grupos de poder que lo
controlan´´.
Sus héroes son el Estado, la teoría de la dependencia, la
planificación, el gasto público, el dirigismo desarrollista, una
moneda nacional que sirva para encajar las crisis y compensar la
improductividad del país, Raúl Prebisch, J. M. Keynes, James Petras
--un disparatado economista marxista radical--, las protecciones
arancelarias para desarrollar la industria nacional, cierta
conveniente inflación y hasta Facundo Cabral y Eduardo Galeano, como
para poner cierta nota folclórica a un texto que es semiacadémico.
El libro tiene algunos errores impropios de un economista formado en
Estados Unidos como, por ejemplo, afirmar que el gobierno de F. D.
Roosevelt revocó el patrón oro en 1933, algo que sucedió, realmente,
durante la administración de Richard Nixon varias décadas más tarde.
Roosevelt lo que hizo fue devaluar el dólar con relación al oro: de 20
dólares la onza a 35, medida que, en su momento, fue considerada por
muchas personas como una violación de los derechos de propiedad.
Estamos, pues, ante un gobernante que posee cierta visión ideológica
perfectamente calificable como estatista ("tercermundista´´, le
llamaba Carlos Rangel), acompañada por una acendrada desconfianza en
la economía de mercado y en las intenciones de las grandes democracias
desarrolladas. Lamentablemente, a esta equivocada forma de entender
cómo debe gobernarse, cuarenta veces fracasada en América Latina a lo
largo del siglo XX, se une un temperamento claramente autoritario,
según su propio hermano, y la perniciosa arrogancia intelectual de
quien no conoce la duda y se mantiene indiferente ante una realidad
que desmiente constantemente las premisas de las que parte.
Si, de acuerdo con el análisis de Correa, la clase política
ecuatoriana es totalmente venal e ignorante, y está rodeada por un
ejército de funcionarios indolentes, ¿por qué cree que el Estado va a
solucionar los problemas de la sociedad mejor que la sociedad civil?
Si el sector público ecuatoriano es un minucioso desastre y su propio
gobierno naufraga en medio de la corrupción y la ineficacia (según
también opina su hermano) y ni siquiera pudo prever el anunciado
colapso de la distribución de energía eléctrica, ¿qué le hace pensar
que dándole más poder y entregándole más recursos ese Estado va a
hacer mejor su trabajo?
En lugar de mirar hacia Venezuela, que es el modelo perfecto de cómo
no debe gobernarse a una sociedad, el señor Correa debería observar
cuidadosamente el tipo de Estado que los chilenos han construido a
partir de los años ochenta, y luego, inteligentemente, han conservado
y profundizado los posteriores cuatro gobiernos de la democracia, como
hará el que salga electo en las próximas elecciones. Es verdad que los
chilenos hacen lo contrario de lo que Correa prescribe, pero parece
aconsejable imitar los ejemplos exitosos, no los fallidos.
Al final de su libro, Correa cita a dos economistas que,
probablemente, no ha leído o, peor aún, no ha entendido, Ronald Coase
y Douglas North, y asume con ellos que la prosperidad, el desarrollo y
la estabilidad dependen de la calidad de las instituciones y del
carácter predecible de las reglas. Exactamente lo opuesto a lo que
hace su gobierno. Eso se llama cultivar la esquizofrenia intelectual.
No comments:
Post a Comment