¿Es la nuestra una democracia sin valores? Estoy seguro de que los socialistas encabezados por su majestad Rafael Correa acudirán con rapidez a los argumentos. La propia Constitución vigente, es harto generosa en la declaración de principios y valores de la Nación ecuatoriana. Sus artículos declaran abiertamente que Ecuador, constituido en un Estado social y democrático de Derecho, «propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político». Parece, por ello, que nada hay que objetar.
Y es que hay que comenzar por el sentido y significado de lo que la misma democracia supone. Tarea nada fácil, por supuesto. La versión que a nosotros llega, tiene su cuna cuando Jaime Roldós Aguilera fue elegido democráticamente presidente del Ecuador, poniedole fin a las dictaduras militares a las que nos tenían acostumbrados. Por supuesto que desde ahí hemos seguido dando tumbos, destituyendo a presidentes elegidos por la vía de la democracia y eligiendo a otros sin pasar por las urnas. Seguimos con las crisis, tales como la existencias de los partidos políticos y soberanía del Congreso. Por un tiempo creimos que habíamos superado las llamadas crisis políticas y continuando con el proceso democrático, elegimos a Rafael Correa, engañados lo elegimos, y seguimos con el totalarismo moderno del Socialismo XXI.
Y ahora Correa, el rey de barro, acude a los argumentos, y nos trae a Heinz Dieterich. Es un sociólogo alemán que creó el concepto del socialismo XXI. Dieterich es un referente de la nueva izquierda anticapitalista. Es asesor de Chávez. Hoy día diserta en un foro de la Casa de la Cultura, dando principio a la reeducación de los ecuatorianos. No hay duda que la democracia está llena de defectos.
Muchos de los expertos en Derecho Político publicaban y hablaban sobre el sistema totalitario y posteriormente, aparecieron como abanderados del sentir democrático, les suena familiar.
Naturalmente surge el debate sobre cual es la esencia de la democracia. Si vivieramos en un país como los Estados Unidos, acaso el tema podría simplificarse a través de la llamada teoría elitista. Democracia es simple posibilidad de cambio de elites. Se alcanza el poder mediante el sugragio y, una vez que se posee, se responde de su uso ante el órgano sujeto de la soberanía: el Congreso. Y esto es suficiente para ser demócrata. Nos puede resultar extraño, pero así es.
Entre las preocupaciones que tengo, es que la Asamblea Constituyente no tenga en mente y que no comprendan la democracia como un valor y aún como utopía. Democracia que es también forma de vida y que impregna el conjunto de la sociedad, una personalidad democrática como opuesta a la totalitaria. Que no se nos olvide: que no nacemos demócratas, se hace uno demócrata. Los valores democráticos se reciben con la educación por las que las personas pasan a lo largo de su vida: la familia, la escuela, el grupo de juego, el partido etc. De ahí sale todo: el diálogo y la compresión. Lo recuerda con acierto la sentencia de Dahrendorf al llegar a esta conclusión: La libertad del demócrata será, pues, una libertad a ejercitar en un marco de derechos y deberes que compartirá con los demás. El demócrata es el individuo que ha llegado con los demás al acuerdo de ser distinto a ellos.
En nuestro país hace tiempo que está viva y que, mejor o peor, viene funcionando la democracia en cuanto procedimiento: elecciones, sufragio universal, posibilidad de recambio de gobernantes, regulación de la responsabilidad política, variedad de controles, etc. Pero, una vez conocidos los supuestos anteriores, ¿se puede afirmar con certeza que estamos en la realidad ante una democracia integrada por demócratas convencidos y practicantes? Si se repasa lo sintetizado, creo muy sincera y penosamente que no. Que es mucho lo que todavía queda por hacer para poder afirmar una definitiva consolidación de lo establecido. Algo que parece importar poco o nada. Y que mientras esos valores no estén plenamente arraigados y asumidos por los ciudadanos habrá que tener buen cuidado ante la aparición de cualquier vendaval. La afirmación de que la democracia y el Estado de Derecho se defienden solos está bien para los mítines. Pero no para la realidad.
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